Susana Villarán
Camino mi ciudad, la recorro, le reconozco cada una de sus heridas y desigualdades pero también imagino en sus niños y adolescentes, en sus mujeres y sus hombres sus fantasías más preciadas. Entiendo la bronca y la esperanza de los grafitis en nuestras paredes; escucho en el rock o la cumbia historias de una ciudad polifónica que, sin embargo, no sabe escucharse todavía.
La ambiciono diversa pero respetuosa; pujante y emprendedora en el Norte y en el Sur, también en el Este y en su Cercado olvidado pero sin sacrificar familias y generaciones para derrotar a la pobreza. Por ello creo que es urgente un gobierno municipal que no permita jamás que quienes derrotan a la miseria vuelvan a caer en ella y que el interés privado prime sobre lo público.
Quiero que sea la Lima de mis nietas y de todas las niñas de nuestra ciudad para que se desplacen sin miedo al abuso y puedan pedalear sus bicicletas y llegar a la escuela en buses seguros y rápidos y quitarse los zapatos en un parque sin rejas porque será Su parque y lo cuidarán. Deseo que cada niño, cada hombre y mujer sientan que Lima es su ciudad, no la de otros. Que pertenezcamos a nuestra ciudad de a de veras y que ella nos reconozca como su capital más preciado.
Ambiciono que los 60,000 adolescentes que no van hoy a la escuela regresen a ella y que ni uno solo se envuelva en la violencia. Me imagino abriéndoles los espacios públicos para el teatro, los museos, la música, las grandes paredes para sus murales, las canchas para el fútbol y el voley; también, como en Rosario, a los abuelos y abuelas contando cuentos en los parques porque tienen todavía mucho que enseñar.
Persigo a una Lima que se vuelque a su mar y no viva de espaldas a él como hasta ahora. Que todos los kilómetros de la Costa Verde, que son muchos, sean el espacio privilegiado del encuentro de todas las sangres, de todas las Limas para que seamos una, por fin.
Sé que es posible que pasemos YA de los gerentes a los líderes. Soy una de ellos y creo que Lima nos necesita hoy más que nunca. Demasiado cemento, poca vida, escasas oportunidades. No se puede pintar con colores ni inaugurar a un niño en un centro de estimulación temprana, a un adolescente recuperado de la pandilla, a un policía servicial, a un árbol, a un emprendedor, a una mujer solidaria defensora contra la violencia, a un empresario que tributa.
Ambiciono una ciudad para convivir, para comerciar, para producir e innovar, sin miedo y en paz; a un gobierno cercano, abierto, transparente, eficiente. Una ciudad desplegada en sus potencialidades en donde ni una persona se quede atrás.
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